LUZ ADJUNTA
(Homenaje a Vicente Huidobro)
 
Como el océano, él sentía la atracción insólita de los astros. Su sueño seguía el curso de las mareas, y siempre tuvo -en cuanto luz- una pronunciación de estrella.
Desde el instante de conocerte, yo supe, y con cuánta tristeza, que su sueño, tarde o temprano, despertaría en una realidad estelar, y que por mucho que sus manos acariciaran con amor las rosas del jardín, un día su signo luminoso le haría reconocer su constelación.
Tierra mía, tú despediste a quien creías tuyo para siempre, y entre lágrimas le viste partir.
Y son estas lágrimas de ternura las únicas que pueden formar, de nuevo, su rostro en ciertas noches.
Sin embargo, su estrella nos envía su luz y sigue nuestra conducta. Muchas veces, en el día claro, levanto mi mirada y veo su estrella, invisible acaso, pero de perfil luminoso para los ojos del recuerdo. Estrella como un pensamiento de diamante, estrella interior, tú escuchas a los niños que juegan en el jardín, oyes sus voces, sus cantos y sus risas.
            Todo es familiar para ti. Todo lo que fue sueño y esperanza ahora es para ti realidad y evidencia.
            Y miras el mundo con una sabiduría de astro. Saliste de tu perfección de poeta para entrar en tu perfección de luz.
            Por ti sabemos ahora cuán sencillo es conseguir el resplandor del amor.
            Y cuán difícil es torturarse en conseguir las tinieblas del odio.
            ¡Cómo los seres humanos corrompen sus vidas y se afanan día y noche en alcanzar esas tinieblas!
            Triste destino el de ellos.
            Si por cada año que malgastan en acumular odio y tiniebla emplearan sólo un instante en derramar amor y luz, ¡cuán perfecta sería la vida!
            Tú lo sabes y sonríes como estrella.
            Y besas como estrella los ojos claros de tu hija, a los cuales el llanto coronó con mayor hermosura.
            Y rondas como estrella entre los árboles, susurras entre sus hojas, te haces color entre las flores, palabra en nuestro silencio.
            Y cantas como estrella en nuestro sueño, y como espiga curiosa haces brotar el amor en el erial monótono del mundo.
            Eso fue tu poesía, el espejo intacto del amor.
 

 
            Pero él tenia que reconocer su constelación. Algunas noches, en el jardín bañado por las estrellas, nos deteníamos a contemplar los astros maravillosos, y la estrella de su frente se aprestaba a volar. El espacio lo llamaba, un centelleante fuego de espacio cruzaba sus pupilas.
            Durante minutos él permanecía inmóvil, de estrella a estrella.
            El silencio cerraba su caracol marino en la playa cercana.
            El mundo estaba en suspenso.
            Noches encantadas ya desaparecidas para siempre, perdidas-en la tristeza de otras noches.
            Noches luminosas, la obscuridad en torno.
            Sí, tarde o temprano iría hasta la constelación que le era propia.
            Pero nos negábamos a creerle cuando su voz nos decía que eran esas las últimas palabras que pronunciaba, sus últimos poemas, cuando sus párpados nos aseguraban que dentro de poco cerrarían para siempre sus miradas, cuando su corazón latía para que escucháramos sus últimos latidos.
 

 
            Subo por la colina que me lleva a su casa. El cielo abierto del verano hace caer a la tierra sus plumas multicolores.
            Pero en un dormitorio en sombras, donde si no fuera por un corazón que late todavía se pensaría en la soledad, Alguien está entregado a su propio trabajo.
            Él, en silencio, sigue el ritmo de una operación maravillosa.
            Este trabajo requiere una semipenumbra, un estado crepuscular.
            Días y días perseveraría en su labor, noches y noches, hasta conseguir su Obra perfecta.
            Y en ese instante todo era como un poema suyo, su Obra terminada.
            Yo leía en ella; mi corazón leía.
            Con los ojos llenos de lágrimas, el océano enviaba sus olas a la tierra para saber, minuto a minuto, su agonía.
            El océano estaba ahí. Desde una ventana yo le contemplaba con ternura, pues comprendía su dolor. Hasta mí llegaba el latido de su corazón, y, torpe como un niño, yo confundía los movimientos de ambos corazones.
            Corazones unísonos.
            El océano moría en cuanto océano, y él moría en cuanto poeta.
            Ambos se reintegraban.
            Su Obra estaba ahí. En ese cuarto obscuro.
            ¿Podré encontrar las palabras para describir mi alucinación?
            En ese cuarto obscuro, Alguien desarrollaba el negativo de su existencia. De toda su existencia.
            Cruzaban por ese cuarto obscuro los hálitos del viaje, del dolor, del amor, de la poesía.
            Y él trabajaba para llegar al fin de su Obra.
            Tal vez para nosotros su trabajo resultara penoso. Para él, no.
            Un río desbordaba sus aguas en ese cuarto. Un río grave y misterioso, lleno todo de las canciones del mundo.
            Lleno todo del canto de los pájaros que descendían a él para beber.
            Lleno todo del susurro de los árboles que inclinaban su ramaje hacia las aguas.
            Lleno todo de los objetos de la tierra y del cielo que cayeron en él.
            Y en ese cuarto obscuro, un grupo de seres inclinaban también sus rostros hacia ese río que iba a morir en su pecho.
            Un grupo de seres.
            De esos ojos que le veían por última vez caían lágrimas de ternura, para aumentar el caudal de ese río de ternura.
            Y ese cuarto obscuro tenía una vibración de molino laborioso.
            Era ese río, en el cual la visión del mundo se reproducía a cada instante (en esos últimos instantes); era ese río el que daba sus últimas aguas, sus últimos reflejos.
            Y él trabajaba en su Obra.
            Su visión del mundo se había hecho harina, y él forjaba su pan último, su último alimento. En ese pan el mundo entero tenía su migaja.
            Ese pan era el resumen.
            El mundo estaba en él: la noche y el día, el amor y el dolor, el viaje y la casa, el campo y la ciudad, la estrella y el océano.
            Pronto, y esto lo presentamos, el cuarto empezó a obscurecerse más y más. No podíamos ya distinguir las personas ni los objetos.
            Sólo podíamos comprender que estábamos ahí porque el dolor común a todos así nos lo advertía.
            El agua del río empezó a declinar lentamente, casi de un modo imperceptible para quienes no estuviesen atentos al menor entrechocar de sus ondas.
            Y su corazón acompasado a ese ritmo bebía las últimas gotas del agua de la vida.
            Pronto el delgado hilo de agua empezó a hacerse más tenue aún, y el latido del corazón  se hizo postrero.
            Pero todo lo que el corazón perdía en latido, lo ganaba en luz.
            Luz para siempre, para siempre adjunta.
 

 
            He subido a contemplar su tumba, y la luz está en todas partes.
            Desde lo alto, hasta donde alcanza la vista, el océano se extiende. El océano viene a trazar un círculo mágico en torno de este soñador.
            Los campos siguen el ritmo de su espiga; el océano, el ritmo de sus olas; el poeta, el ritmo de su estrella.
            Su tumba está ahí. Y en una circunferencia de luz, el mundo la toca con su punta de arco iris.
            El silencio está encantado. Toda su vida se ha hecho silencio en el resumen de piedra de su tumba.
            Él descansa.
            Su Obra ha terminado.
            Su Obra, su vida, su poesía.
            El deseó esta tumba, él nos dijo: "Ahí quiero descansar". Y con su mirada nos señaló la colina.
            Tantas veces, desde esa misma colina, su pensamiento pudo decir:
            "Esto es lo que quise cantar. Cantar el mundo con una entidad de océano. Cantar el cielo con una entidad de pájaro. Cantar el universo con una entidad de estrella. Cantar la vida con una entidad de hombre".
            Y así lo hizo.
            Paz sobre su tumba.
 

 
            Nada pudo en su contra la niebla vulgar del rencor. Nada pudo. Él la atravesó siempre, sonriendo; la disipó con un solo rayo.
            ¿Para qué recordar esa niebla que se estrelló impotente contra el faro?
            Toda la niebla ha quedado atrás. El sol orna el diamante de su corazón con todas sus facetas.
            Escuchemos el canto del océano de la luz, el cual, eternamente, te rendirá el homenaje de sus olas.
            Nada importa la niebla frente a tanta luz.
            Los ojos claros de su hija (de aquella a la cual la niebla en vano trató de cerrar la senda de sus brazos; de aquella a la cual la niebla trató en vano de herir porque ella tuvo el privilegio de estar a su lado en la última agonía del poeta; de aquella que hizo retirar la niebla avergonzada, con el solo acto de amor de bajar los párpados de su muerto adorado), los ojos claros de su hija se abren en la armonía magnífica de la gran piedad.
            La niebla nada pudo.
            Que la niebla se junte con la niebla, que la luz se junte con la luz.
            Que la piedad sea reina. Y el rencor, esclavo.
            Que-el rencor se junte con el rencor, que el amor se reúna con el amor.
            Que las estrellas de la poesía desciendan en pétalos sobre la tumba de mi amigo muerto.
 

 
 
            Vibrad, espejo celeste, ante el paso de su imagen.
 
            Océano, vibrad.
 
            Muerte, aquí nada tienes que hacer.
 

 
            Releo en "Nord Sud" sus intervenciones poéticas. ¡Cuánta juventud, cuánto entusiasmo! Era el momento en el cual la poesía brotaba desde esas precarias páginas de 1917. Una generación de poetas vertía en ellas su primer calor. Pronto esta juventud hizo derretir la nieve.
            Débil primero, en lucha con altas fortificaciones que impedían su paso, con un derrotero vacilante, pronto un hilo de agua empezó a brotar de lo alto de la montaña.
            Débil primero, torrente impetuoso después.
            La poesía restablecía de nuevo su cauce, ganaba en anchura y en profundidad. Pronto la poesía fue un río caudaloso.
            Cuánto valor se requería para echarse a nadar en esas aguas. Y cuánta pericia para sortear los arrecifes. Cuánta para franquear los remolinos.
            Y él nadó contra la corriente.
            Río largo, largo, que atraviesas las llanuras de este siglo.
            Río Poesía que haces fértil las regiones de fuego del espíritu.
            En ti nadamos, en ti bebemos, en ti nos purificamos.
            No tenemos orillas. Estas riberas en las cuales los seres humanos pretenden hallar ' asilo son para nosotros tan sólo márgenes ilusorias.
            Yo te contemplo, río que llegas al océano en deltas innumerables de poetas.
            .Tú has llegado hasta aquí, hasta este cuarto obscuro, por derecho propio. Tú has refrescado la frente quemante de aquel que un día contribuyó a derretir la nieve desde la cual naciste. De aquel que te amó hasta su último minuto.
            Río. Poesía.
            Su corazón se ha apagado, y un sordo dolor te sobrecoge. Te encerraste en ti mismo, en tus propias aguas, como en un manto que nada reflejara, para llorar más solo.
            Los árboles se inclinaron sobre tu rostro eterno para contemplarse en ti, para ensalzar, como todos los días, la policromía de su follaje. El molino te pidió el movimiento de su pan. La aurora quiso saber por ti si había dejado de ser noche. El sol quiso probar en tus aguas la fortaleza de sus colores. Las aves, el orgullo de su vuelo. Las pastores, el traje de fiesta de su lana agreste. La poesía, su sed eterna, su tránsito continuo.
            Pero tú, río Poesía, nada dijiste a nadie. Replegado en ti mismo, te hiciste subterráneo, te interiorizaste, lloraste como río a aquel que fe cantó como hombre.
            Nada dijiste. Nada reflejaste.
            ¿Cómo podías responder a tu paisaje idéntico, si en un cuarto obscuro yacía, mudo, tu nadador perfecto?
            Nada dijiste. Nada al sol y al molino. Nada al árbol, nada a la aurora. Nada por un instante, nada a la poesía.
            Nada reflejaste. ¿Qué podían reflejar tus aguas sino tus lágrimas?
            Sí, tus lágrimas. Cómo las comprendo, yo que entonces lloré por la primera vez. Sé que la vida, de ahora en adelante, no me evitará el menor dolor. Y vi en tus ojos de río mis lágrimas de hombre. Mi vida futura y todo lo que se enterró de mi vida en esa tumba. Y por mis ojos lloraron los poetas la muerte de un poeta.
            Silencio luminoso.
 

 
            Su Obra canta en el corazón del Universo. Ella se despliega como la vía láctea del encanto. En las noches, el cielo estrellado es como un papel donde se grabara su mejor poema. Alquimista, él sabia combinar los astros y expresar su luz.
            Definitivamente, el Universo le pertenece. Su Obra está ahí.
            Él ha dado fin a su obra.
 

 
            Sí, es el fin, pero no en una medida humana, no en una trayectoria de vida y muerte. Es el Fin, es a lo que el poeta se destina. El Fin que se expande en círculos cada vez más amplios.
            Nosotros tal vez podamos decir el Fin, pero las ondas irradian de él, van prolongándose en ondas por la eternidad.
            Y el ámbito de este Fin se hace inmenso, tanto, que conseguirá tocar el límite misterioso del Principio. Y desde este Principio, las ondas retornarán, enriquecidas, a nosotros. Y entonces fin y principio mezclarán sus gargantas en un único canto.
            La luz en todo. Distintos amores se levantarán sobre el mismo amor. Distintas aves surcarán el mismo cielo. Distintos meridianos anunciarán el mismo tiempo.
            Una última mirada, en fin, sobre su tumba. Que nuestra frente toque en su piedra los últimos sueños del poeta.
            Una última mirada, en fin, a su océano que late como un poema recién nacido.
            Todo lo que perdemos lo ganamos en luz.
 

De Luz adjunta, Santiago: Tornasol, 1950.