EN EL CHINO LIONTA
 
Bambalina, birlochos
y estaba un sultán viejo sumando con los dedos
todos los telegramas destrozados,
todos los corpiños entrevistos
con los petulancia de los otoños.
 
Jaurías de perras negras, a quemarropa,
apenas se ha salido de la guerra del 14,
y el sultán sigue la operación de los meniscos
y el triste destino de un corpiño rosa,
el alegre destino de un telegrama rosa,
y Teófilo Cid contempla estoicamente
los alfileres de las Termópilas
que se han clavado, todos, en su mano derecha.
 
El se halla recostado en un diván,
casi conmovedor por los gastado,
mientras allá a los lejos, en las sombras,
hay un hombre muy joven cuyo nombre no sé,
un hombre que es muy joven cuyo nombre no sé,
un hombre que es muy triste casi como un recuerdo,
tendido en su diván al modo del sultán,
fumando un narguilé y bebiendo cerveza,
Teófilo está diciendo vejez a cada instante:
vejez, vejez, vejez, ¿porqué ya nada escucho?,
vejez, vejez, ¿es cierto mi pasado?

 

De Memorándum mandrágora, Revista Atenea, N°452. Universidad de Concepción, 1985.