DEPURACIÓN DEL AMOR
 
El sueño cumple una especie de circuito en el amor. Cualquier objeto, la muerte, la fiebre, los ritos en los claros de bosque, le da su fulgor preciso, su mampara batiente, por la que entran y salen los objetos y las apariencias de los objetos. Nosotros sabemos qué luna inmensa absorbe celosamente sus elementos y durante la noche entra en actividad el cerebro-estómago que suelta a la realidad sus larvas luminosas. Estas pequeñas larvas a la orilla del mar se desarrollan como merced a la temperatura de la fiebre. Pequeños ojos nadan dentro de la materia luminosa donde es frecuente (gracias a la oscuridad) que choquen entre ellos. Estos pequeños ojos nadan dentro de un gran ojo, metal sin propiedades descubiertas aun, metal de saturno, de Neptuno, de Mercurio, De Júpiter, como en la oscuridad de la isla de los Cíclopes se ve una lámpara-minera inspeccionando su terreno. Este ojo minero recién sube de las entrañas submarinas de la tierra y apenas lo ve, una estrella carnívora desciende a toda prisa, se aferra sin soltarlo. El hombre lucha en pleno sueño, se sacude de su poder con todas sus fuerzas pero sin lograr desprender de sus párpados a ese animal feroz y centelleante, el ave de la muerte armada de sus propios cantos, mientras su voz (una garganta invisible hace dilatarse el mundo para contener sus gritos y sus ecos) mientras una voz se escucha a la que El responde: Nadie me ha herido.
NADIE inspecciona en el sueño.
Se balance mientras su Ojo despedazado por la estrella que lo ha sacado de su órbita a picotazos, cuelga desde su nuca, como la coleta de un mandarín chino.

 

De Revista Mandrágora. Número 5. Santiago, Chile. Junio de 1941.